martes, 2 de julio de 2013

¿CUÁNDO DEJÉ DE SER NIÑO?


De repente me miro al espejo y veo a través de el,  un camino imaginario al que siempre le he llamado El Callejón del Olvido, que no es más que mis recuerdos de lo que algún día fui. Y observo al pequeño que poco a poco he ido abandonando en aquella estación del tren donde siempre permanece; jugando solitario y triste pero que se pone feliz siempre que lo voy a visitar.

 Si los adultos pensáramos como niños, los problemas de la vida y del mundo serían un juego; los más divertidos. La verdad es que me cansé de ver y oír lo mismo de siempre; todo mundo escribe en sus redes sociales de lo orgulloso que se sienten de ser colombianos por un partido que ganó la selección y nunca han hecho nada por el país; como cuidar el medio ambiente. Los que hablan de las políticas de este país y dicen estar a favor del pueblo cuando ellos son otro estilo de política, aquellas voces que critican y critican a sus gobernadores por una decisión mal tomada que perjudica al pueblo y ellos mismos tampoco hacen nada para cambiar su entorno y eso que dicen por ahí que “pueblo unido jamás será vencido”.

Estoy agotado de analizar lo que el mundo hace con la sociedad (sus clientes) y viceversa. Pareciera que desde pequeños nos enseñaron a juzgar, a criticar, a ser groseros y violentos, a preocuparnos por el “yo y sólo yo” y lo peor de todo: a madurar. Sin embargo, cada vez que voy a visitar al chiquillo, observo sus comportamientos y me lleno de nostalgia al saber que he perdido muchas cosas en el afán de madurar y de adaptarme a una realidad inadmisible. Mientras me preocupaba por trabajar, el pequeño se preocupaba por encontrar su carrito. Cuando le lloraba por un amor, él lo hacía porque no encontraba su juguete. Cuando pensaba en el miedo que me daría devolverme a mi casa porque llevaba cosas valiosas y me podrían robar o matar, él pensaba en qué historia crear para divertirse con sus carros en ese momento. 

Le comentaba mis problemas y mis miedos del futuro y él me cambiaba la conversación para pedirme que jugara con él.

En un momento le dije que todo mundo critica este país y me dijo que se fuera a vivir en su utopía (el lugar que nunca ha existido) y justo en ese momento me di cuenta que aquel pequeño es el dueño de ese mundo; un lugar donde nadie le interesa entrar porque tienen miedo de que la sociedad les diga “tan inmaduros”, es un espacio donde lo único importante es su presente, donde se llora por haber perdido el juego pero que a los minutos ya están jugando otra cosa, donde pelean por ‘bobadas’ pero al rato ya están contentos. 

El Callejón del Olvido me hace recordar al pequeño que siempre me espera en aquella estación para que de vez en cuando, le dé un viaje a mi realidad y me enseñe la importancia de no abandonarlo; porque siempre lo necesitaré para enfrentar el gran negocio de este mundo. Ése que cada rato pierdo por la culpa de unos clientes que lo único que quieren es poder, a como dé lugar. La respuesta a la pregunta de arriba, diré: cuando quise ser adulto.

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