De
repente me miro al espejo y veo a través de el, un camino imaginario al que siempre le he
llamado El Callejón del Olvido, que no es más que mis recuerdos de lo que algún
día fui. Y observo al pequeño que poco a poco he ido abandonando en aquella
estación del tren donde siempre permanece; jugando solitario y triste pero que
se pone feliz siempre que lo voy a visitar.
Si los adultos pensáramos como niños, los
problemas de la vida y del mundo serían un juego; los más divertidos. La verdad
es que me cansé de ver y oír lo mismo de siempre; todo mundo escribe en sus
redes sociales de lo orgulloso que se sienten de ser colombianos por un partido
que ganó la selección y nunca han hecho nada por el país; como cuidar el medio
ambiente. Los que hablan de las políticas de este país y dicen estar a favor
del pueblo cuando ellos son otro estilo de política, aquellas voces que
critican y critican a sus gobernadores por una decisión mal tomada que
perjudica al pueblo y ellos mismos tampoco hacen nada para cambiar su entorno y
eso que dicen por ahí que “pueblo unido jamás será vencido”.
Estoy
agotado de analizar lo que el mundo hace con la sociedad (sus clientes) y
viceversa. Pareciera que desde pequeños nos enseñaron a juzgar, a criticar, a
ser groseros y violentos, a preocuparnos por el “yo y sólo yo” y lo peor de
todo: a madurar. Sin embargo, cada vez que voy a visitar al chiquillo, observo
sus comportamientos y me lleno de nostalgia al saber que he perdido muchas
cosas en el afán de madurar y de adaptarme a una realidad inadmisible. Mientras
me preocupaba por trabajar, el pequeño se preocupaba por encontrar su carrito.
Cuando le lloraba por un amor, él lo hacía porque no encontraba su juguete.
Cuando pensaba en el miedo que me daría devolverme a mi casa porque llevaba
cosas valiosas y me podrían robar o matar, él pensaba en qué historia crear
para divertirse con sus carros en ese momento.
Le comentaba mis problemas y mis
miedos del futuro y él me cambiaba la conversación para pedirme que jugara con
él.
En
un momento le dije que todo mundo critica este país y me dijo que se fuera a
vivir en su utopía (el lugar que nunca ha existido) y justo en ese momento me
di cuenta que aquel pequeño es el dueño de ese mundo; un lugar donde nadie le
interesa entrar porque tienen miedo de que la sociedad les diga “tan
inmaduros”, es un espacio donde lo único importante es su presente, donde se
llora por haber perdido el juego pero que a los minutos ya están jugando otra
cosa, donde pelean por ‘bobadas’ pero al rato ya están contentos.
El Callejón
del Olvido me hace recordar al pequeño que siempre me espera en aquella
estación para que de vez en cuando, le dé un viaje a mi realidad y me enseñe la
importancia de no abandonarlo; porque siempre lo necesitaré para enfrentar el
gran negocio de este mundo. Ése que cada rato pierdo por la culpa de unos
clientes que lo único que quieren es poder, a como dé lugar. La respuesta a la
pregunta de arriba, diré: cuando quise ser adulto.
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