¡Ahí están! Esperando que
les den papaya, que hablen más de la cuenta o que realicen alguna acción de
más. A cierto tipo de personas tuvieron que haberles implementado desde su
nacimiento un chip, que les permitiera estar alerta ante cualquier situación
que pasara con las personas de su alrededor.
Y aunque podríamos decir que todos
en algún momento hemos sido víctimas de querer saber qué fue lo que le pasó al
vecino, de la pelea de pareja, del accidente de la esquina, de saber qué se siente,
de hablar del chico/a nueva del colegio o universidad, -si le metemos algo de
historia, se dice que los homínidos (familia de primates, incluyendo al hombre)
pasaban el tiempo de descanso conversando con sus compañeros. El ser humano
moderno heredó esta antigua capacidad y es por eso que el conversar genera un
placer mayor que el comer o hacer el amor ya que estas actividades no son
constantes a diferencia del habla-.
Eso, sin embargo, no es
excusa para los cotillas y su grupo correveidile. A este grupo de personas
fanáticas por saber las historias de vida y sus experiencias de los demás,
deberían de tener su propio castigo, su propia cárcel. Pues bien ‘El Cotilleo’
se vuelve un enredo de palabras y cuentos que a la final pueden afectar a su
protagonista.
Hace algún tiempo leí un
artículo sobre los efectos cerebrales que traía hablar mal de alguien. En el
estudio que se realizó en la Universidad del noroeste de Boston (EE.UU) se
descubrió que poniendo dos imágenes (una cara neutra y una casa) a través de
unos binoculares, el ojo humano veía inconscientemente la cara cuando le
comunicaban chismes negativos. Si le decían algo positivo o neutral, no existía
diferencia para ver la cara o la casa. Lo que demostraba que un chisme negativo
(que el grupo Correveidile lo manejan muy bien) sobre una persona, hace más
probable que veamos una cara, que si no teníamos información sobre ella ya que,
según hipótesis, las regiones del cerebro que están implicadas en los
sentimientos y el aprendizaje emocional, están conectados con el sistema
visual.
¡Ahí tienen! ¡Ahí está la
prueba! que de un tiempo para acá he conservado. Le he pedido a mi cerebro
imaginación para que me haga sentir en un juzgado cada vez que me topo con los
cotillas, aunque confieso que siempre que los escucho hablar, siento algo
poderoso en mi cuerpo, como una energía recolectada de todo el planeta, que me
desespera y a través de un “Kame-Hame-Ha” los mato a todos. Es un poder que
aplicándolo más a la realidad debería ser una judicialización para este tipo de
personas… ¡Y sí! Admito que soy fans de Gokú y quisiera tener por lo menos uno
de sus poderes para aplicarlo a Los Correveidile.
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