miércoles, 7 de agosto de 2013

-MAPÁ-


Es probable que mi juventud me ponga ciertas limitaciones al momento de hablar de estos temas, sin embargo, la lucha entre algunos filósofos de la antigüedad como Platón o Aristóteles por definir si el conocimiento se adquiere de la razón o la experiencia, ha llevado a pensar que ambas teorías aplican a nuestra edad moderna.

Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) entre 25 y 108 de cada 1.000 jóvenes de 15 a 19 años son madres en los países de América latina y el Caribe y, se cree que el aumento de embarazos en jóvenes está en varios países de Centroamérica como Nicaragua, Honduras y Guatemala, así como en Venezuela, República Dominicana y Ecuador.

Es normal que digan que una adolescente no está preparada para ser mamá, en realidad creería que ningún ser humano está preparado para serlo. El término ‘Mapá’ lo he denominado a aquellas personas que hacen el papel de ambos (de mamá y papá al mismo tiempo) a este tipo de personas les tengo un respeto muy grande, sin embargo, esto no garantiza que sean buenos padres o madres. Cuando los adultos utilizan la expresión “soy papá” o “soy mamá” lo hacen a través de un conocimiento reglamentario, es decir, que esa expresión conlleva a tener obligaciones y por ende, a la responsabilidad del cumplimiento de ciertas reglas. Felicito a los que cumplen- a los que no- es probable que no les interesen estas líneas, pero el ser responsable no le hace ser un padre o una madre de verdad.

Así el cumplir con las obligaciones que un papá o una mamá deben tener con su hijo, es tan sólo un complemento de dicho compromiso. La sociedad se está olvidando que para formar a un ser no es suficiente con criarlo. Ser padre es dejar de serlo y volverse niño, porque allá en el mundo infantil no les interesan los adultos. Donde viven los niños es un lugar sencillo, quizás por eso pocos se atreven a entrar porque creen no encontrar nada interesante. Es un universo de colores, de peleas, de llantos pero sobre todo; de amor y paz. Un niño es una porcelana delicada, sensible, con unas curvas, unos colores y unas expresiones que jamás ha podido entender la humanidad. Es un majestuoso paisaje en movimiento. Ser padre es entender por qué el niño juega, por qué llora y por qué ríe. La misión de una verdadera madre -aparte de sus obligaciones- es sacarle sonrisas a su pequeñ@, es hacerlo sentir bien, el problema es que no todas están dispuestas a volverse niñas para jugar con ellos.

Ser mamá, ser papá o en la vida moderna; ser ‘Mapá’, requiere de un nivel avanzado de creatividad para crear historias de aventuras donde ellos crean que son juegos, pero su intensión es enseñarles el valor de la vida. A que entiendan que la felicidad no es ser el primero de la lista, el que tiene el mejor juguete, el que le gana constantemente a los compañeritos o al que todos lo admiran por su tierna manera de comportarse, ¡no! Es que se diviertan con lo que no tienen, que una bobada para un adulto sea para ellos una sonrisa; cuando le enseñas a un niño por medio de un juego a ser feliz y no ganador, le estás enseñando que lo importante en la vida no son las riquezas, lo material, el poder o el prestigio, sino ser feliz. Cuando logres eso, ellos al crecer entenderán el valor de las cosas y no el precio.

Si en verdad quieres transformar tu vida juega con un niño, siéntete como él, observa su manera de dormir entre tus brazos, su estresante manera de caminar que pareciera que se fueran a caer. Analiza cómo coge la cuchara o algún alimento con la mano para comérselo. Fíjate en lo que lo hace reír y también llorar, y si con eso no has transformado tu corazón, es probable que esté muy contaminado por este aburrido mundo de adultos.
Si cuando juegas con un niño no sientes que es Dios el que te está hablando por medio de un ángel, para que expulses tus rencores, odios y venganzas; para que entiendas que es el amor el que salva a la humanidad y no los apegos, para que logres sentir ese desaliento por no querer más hablar de los demás o juzgar o criticar; cuando juegas con un niño y no sientes ganas de ser justo y ayudar a los demás, es porque quizás tus padres te criaron pensando como adultos.

No sé qué tan difícil sea ser un padre, ni sé qué tan grave es tenerlo a una edad muy temprana, o lo que es peor; ser ‘Mapá’, pero cuando tuve la oportunidad de entrar a ese mundo infantil, sentí que la vida es realmente maravillosa siempre y cuando se piense como niño. El valor de la vida es no tener miedo a que nos llamen “inmaduros”, a que nos digan niños, porque increíblemente la sabiduría de ellos tiene mucha madurez. Y al salir de ese mundo para volver a mi realidad me pregunté ¿cuándo dejé de ser niño? Pregúntatelo tú también, pero creo que para responderte debes entrar a ese mundo. Si usted que está leyendo esto  tiene un hijo; en él está la respuesta. En mi caso me tocó escuchar en repetidas ocasiones esa famosa frase: “qué inmaduro” y sólo así, me pude responder aquella pregunta… Cuando quise ser adulto.


Imagen sustraída de la película ‘Preferisco il Paradiso’ (Prefiero el Paraíso en latín) que nos muestra la sabiduría que tiene un niño por el simple hecho de ser…NIÑO.